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La sanidad privada: panacea o prisión del médico

Mucho se ha escrito sobre los modelos sanitarios privados en comparación con los públicos. Y mucho se seguirá escribiendo, pues es una cuestión candente con la transformación que, al albur de la necesidad impuesta por la crisis, está experimentando el sistema sanitario público como hasta ahora conocíamos.

En el comentario a una entrada anterior de este blog alguien apuntaba que el Estado no es una empresa. En cierto sentido no, porque no es un ente creado para obtener beneficios, y además el Estado tiene el monopolio de la violencia algo que una empresa no se puede arrogar salvo que hablemos de organizaciones mafiosas. El Estado no debe ser una empresa por más que los que forman parte del aparato político no sólo tengan su sueldo sino que algunos se lucren a costa de sus cargos. Pero el Estado es la «empresa» con más trabajadores: el sufrido funcionario que ahora está más que nunca en el candelero.

Me decía una persona que «la razón principal por la que los médicos se van a la privada es principalmente por dinero, no por calidad». Dejando aparte unos cuantos colegas a los que el ámbito público no les permitiría, en lo profesional, hacer ciertos pinitos (entendiendo por tal conductas diagnósticas o terapéuticas excesivamente vanguardistas y hasta controvertidas), lo cierto es que muy probablemente la mayor parte de los médicos que trabajan en la privada es, efectivamente porque tienen mayor retribución. Lo que gana un médico en la sanidad pública es un salario fijo (bueno, ahora no tanto porque no para de recortarse) que a fin de mes cobra seguro trabaje lo que trabaje. Puede incrementar algo su miserable sueldo base con retribuciones adicionales por guardias que no siempre salen rentables, pero muchas veces son imprescindibles para poder sobrevivir. Lo que gana un médico en la privada suele estar directamente vinculado a su productividad, existiendo una relación directa entre lo que trabaja y lo que gana. Sabe que para lograr el sueldo hay que trabajar. Y en buena lógica, cuanto más trabaje, más ganará. Esto supone una ventaja respecto a su colega de la pública que tiene un «techo» que no podrá superar, trabaje lo que trabaje. Y además, como apuntábamos, ese «techo» cada vez se aproxima más al suelo ¡a pesar de que le exigen que trabaje más!

Pero el médico de la sanidad pública ha tenido una ventaja frente al médico de la sanidad privada y es que, por lo menos hasta ahora, tenía garantizado su sueldo a fin de mes. E incluso, si disponía de una plaza en propiedad, de la tranquilidad que da la estabilidad laboral. El médico en la medicina privada, a veces no veía llegar los ingresos a pesar de su trabajo o tenía que litigar por ellos, o su empleador decidía prescindir de sus servicios de un mes para otro. Para algunos médicos, la sanidad privada ha sido el único camino al no encontrar un hueco en la medicina pública, mientras que la posibilidad de entrar en la medicina privada está al alcance de cualquier médico que desee ponerse por su cuenta.
Supongo que la motivación de cada médico al optar por una u otra forma de ejercer la medicina será diferente. Y en muchos casos, hay quien compagina ambas. Pero voy a contar mi caso resumidamente. Tras acabar la especialidad, trabajo como interino en tres hospitales de dos comunidades autónomas durante nueve años, siempre renovando contratos y con un techo salarial. Realizo una tarea que no puedo considerar que sea excesiva y en algún centro planteo que si esa es toda la tarea que tengo que hacer en toda la mañana, la ventilo en dos o tres horas y me voy para casa. Una forma de pedir más tarea o que me dejen trabajar más. Imposible: es lo establecido y mover las cosas puede molestar a otros colegas y estamentos. Tampoco puedo emplear ese tiempo que veo que me sobra en el trabajo para hacer otras tareas asistenciales. Ante este panorama, consideras que estás perdiendo tiempo. Y dinero, porque eso de tener hijos es un vicio muy caro y empieza a ser imprescindible buscar sobresueldos. Comprobando una vez más que existe un tope y de ahí no se sale, empiezo a escudriñar la actividad privada. Entretanto, mis esfuerzos para tratar de conseguir una plaza fija en el sistema público fracasan una, dos y tres veces. Según el parecer de los examinadores, no me encontraba entre los mejores… posicionados.
Así que finalmente hace casi cuatro años, dejo la sanidad pública y me dedico a la sanidad privada, forzado por la necesidad de mayores ingresos a cambio de más trabajo que la pública no me ofrece. La calidad de mi atención y de mis conocimientos, y quiero creer que en mis colegas también, no difiere del ámbito público donde ejercía y privado donde ejerzo. Desde entonces, sí periodos de mayores ingresos y también de mayores penurias. Y de más incertidumbre laboral. Y de más trabajo, mucho más trabajo que en el fondo era lo que pretendía. Incluso me ha permitido ¡crear tres empresas! Mis compañeros en la pública reniegan de las bajadas de sueldo que les comprime su bienestar. Pero cobran a fin de mes, trabajen o no trabajen tanto. En mi caso hay meses que no cobro aunque trabaje mucho. Y desde luego sin trabajar no se cobra.
Esta sería la perspectiva de un médico respecto a la sanidad privada, puede ser la solución a tus problemas o el comienzo de un largo calvario. En otra entrada analizaremos lo que la sanidad privada puede suponer para el paciente.

 

La publicación de este contenido ha sido autorizado expresamente por Dr Luis Benito de Benito.
Fuente: http://elmedicotraslaverdad.blogspot.com/

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