La mayoría de los médicos asistenciales que actualmente ejercen en España hemos pasado durante un periodo más o menos largo prestando nuestros servicios en la red pública. El sistema MIR (Médico Interno Residente) ha servido para formar médicos especialista durante los últimos treinta años. Y aunque sólo haya sido durante este periodo, que oscilaba entre tres y cinco años, hemos aprendido a hacer las cosas conforme nuestros veteranos colegas nos enseñaban. Después, una vez obtenido el título de especialista, unos seguían en el sistema público como médicos adjuntos, con plaza en propiedad si superaban alguna de las escasas oposiciones que se celebraban, o bien como interinos, sujetos a renovaciones de contratos. Otros optaban por la medicina privada que ya compaginaban los adjuntos mayores, a veces como único camino porque no quedaban plazas para ejercer en el sistema público.
En cualquier caso, la sanidad pública es donde la mayoría de los médicos hemos dado nuestros primeros pasos asistenciales, el hogar en el que aprendimos la diferencia que hay entre la teoría que se enseña en la facultad de medicina y la práctica de la profesión en el día a día. Y a algunos la suerte les concedió un sillón bien cómodo en el hogar, a otros una silla o un taburete, o de pie, a veces a muchos kilómetros de distancia de donde inicialmente les hubiese gustado. Algunos de estos, pensando en destinos transitorios, acabaron echando raíces lejos de su origen. El buey es de donde pace no de donde nace.
Ejerciendo en la sanidad pública a veces no teníamos conciencia de que se disponía de una amplia potestad para hacer, prescribir, indicar,… Al menos en los más de diez años que pasé por la sanidad pública, en diferentes comunidades autónomas, debo reconocer que no tuve ninguna injerencia ni presión para recortar los servicios que médicamente creía que debía aplicar a mis pacientes. Incluso la mayor parte de mi producción científica surgió como fruto de esa tarea asistencial. Pero ya en 2008 empezaron a hacerse patentes diferentes presiones que laboralmente interferían con lo que consideraba que debía ser una tarea ética. Los intentos por conciliar los intereses de los pacientes con los de mis superiores no resultaron fructíferos y lejos de acercar posturas los enfrentamientos se agravaron, hasta el punto de constituir un permanente debate ético, una pesadilla. Y en un arranque de osadía, con la crisis gestada y aún no reconocida, en febrero de 2009 me bajé del barco de la Seguridad Social porque consideraba que no podía seguir velando por la salud de mis pacientes si no tenía respaldo institucional. Tampoco sabía muy bien qué encontraría fuera de la gran barca de la sanidad pública y en un mar proceloso. Pero sabía, por razones éticas, que no debía seguir prestando una asistencia mediocre.
Al resumir mis razones para dejar la medicina pública no pretendo extender esta percepción al resto de mis colegas que ejercen en ella. He seguido manteniendo contacto con compañeros en diferentes autonomías y, aunque en mayor o menor medida todos reconocen que se han endurecido las condiciones laborales y en algunos casos las presiones por parte de los gerentes, todavía se puede hacer una medicina cómoda y eficaz desde sus puestos de trabajo. Depende del nivel de tolerancia a la frustración que uno tenga. Se entiende por frustración la permanente insatisfacción de una necesidad. Como los grados de satisfacción son variables y lo que se considera necesario puede ser discutible, la experiencia de la frustración puede ser errática en los individuos y a veces subjetiva por estar ligada a estados emocionales. Pero sí que es cierto que los barómetros que publican encuestas sobre el grado de satisfacción laboral de los médicos cada vez incrementan más los porcentajes de médicos quemados (el fenómeno burn-out) con su trabajo.
La sanidad pública, como ya se ha dicho y está fuera de toda duda, dispone del mayor grueso de medios técnicos, materiales y humanos para atender las necesidades sanitarias de los españoles. Al menos hasta ahora. Si fruto de un derrotismo o una mala gestión los profesionales se desmoralizan, no harán falta muchas tentaciones del sector privado para atraerlos a sus filas. Algunos acuden a la medicina privada en busca de un sobresueldo que le recortan en la pública. Otros lo hacen por despecho al comprobar la desidia con la que se trabaja en el sistema público donde cunde como una epidemia el «a ver quién hace menos» con la justificación para ello de que «nos recortan el sueldo». Pocos son los que pese a la adversidad de un ambiente mediocre consiguen mantener un rendimiento profesional que les permite volver a casa prevaleciendo la satisfacción por el deber cumplido por encima del sentimiento de «qué pringado he sido».
Con la nostalgia de un recuerdo en el que la sanidad pública podía administrar sin recortes los servicios que creía necesarios a cada paciente, con la sombra reciente de la prohibición de la asistencia sanitaria a los «simpapeles», nuevo escollo para el ejercicio ético, algunos soñamos con que algún día la sanidad pública pueda ser de nuevo el hogar acogedor donde los médicos podamos preocuparnos por nuestros pacientes sin tener otras distracciones en la cabeza.
La publicación de este contenido ha sido autorizado expresamente por Dr Luis Benito de Benito.
Fuente: http://elmedicotraslaverdad.blogspot.com/