El cáncer es un término genérico que se aplica a un grupo de enfermedades que se caracterizan por la proliferación anómala, desordenada y descontrolada de un conjunto de células. Sobre su origen, por qué se producen, sabemos algunas cosas e ignoramos muchas más. Se han invocado la acción de sustancias tóxicas exógenas, sobre todo el humo del tabaco, abuso de alcohol, alimentos grasos, algunos colorantes o aislantes, derivados del benceno,… pero también fármacos, radiaciones ionizantes, agentes infecciosos. Y cómo no, una especial vulnerabilidad del individuo que lo padece avalado por la genética que determina mutaciones en los sistemas de control de la replicación celular o en la reparación de los genes dañados. Se diría, pues, que de la interacción -puntual o continuada- de una sustancia tóxica con las barreras defensivas del individuo se da o no se da el desarrollo de un cáncer. Importa, por lo tanto, tanto la agresividad del agente extraño para producir un cáncer como la resistencia del individuo para evitar tal desarrollo. Este esquema general rige, mutatis mutandis, para la instauración de enfermedades infecciosas.
Pero además en ocasiones se ha apelado al estado anímico de la persona para el desarrollo de neoplasias. Si bien la forma de ser psicológica del individuo no parece intervenir en el desarrollo de un tumor, sí existen evidencias de la influencia de la actitud del paciente con cáncer sobre su evolución o pronóstico, apuntando a que el estado emocional y anímico del paciente pueden condicionar el curso de la enfermedad. Al amparo de estas evidencias algunos hablan del «poder de la mente» para curar el cáncer. Quizás sea demasiado vehemente expresarse en esos términos sobre todo cuando uno ha conocido gente muy positiva, muy sesuda que a pesar de su entrega emocional para vencer un cáncer no pudo con la enfermedad. Sin embargo, algo existe en la evolución de los tumores que parece ser «sensible» a la actitud emocional de los pacientes. Ya que los médicos solemos ser reticentes a conceder poder terapéutico a la mente (como si nos diese miedo que nos quitasen el mérito a los matasanos), cuando un paciente sobrevive a un tumor contra todo pronóstico, tendemos a justificarlo hablando en términos de «bajo grado histológico», «escasa agresividad intrínseca», «mutación espontánea hacia formas más leves», o cualquier otro circunloquio que signifique lo mismo que decir que «no estaba de Dios» o «no había llegado su hora» solo que con conceptos más científicos y menos escatológicos.
Durante muchos años me dediqué a la investigación básica, esa que se desarrolla en los laboratorios con células o con animales de experimentación. Buscábamos mecanismos de regulación celular que pudiesen servir para aplicarlos a los seres humanos con fines terapéuticos, algo que ahora se ha dado en llamar «investigación traslacional» (traslacional no existe, aún, en el diccionario de la RAE, existe trasnacional pero no viene al caso). En concreto, me dediqué al estudio de la apoptosis o muerte celular programada, un fenómeno descrito por primera vez en 1972 pero que no comenzó a llamar la atención de los investigadores hasta un par de décadas después. Cuando defendí mi tesis doctoral en 1995 existían alrededor de 3000 artículos publicados sobre apoptosis, de ellos los últimos 2500 de los años 1992-1995, un número todavía accesible a la revisión de la que doy fe que hice para seleccionar los 300 que me interesaban para mi tesis. A partir de entonces se cuentan por millares los que se publican cada año de manera que es imposible asimilar todos. Tan sólo en la base de datos PubMed podemos consultar a día de hoy 231085 artículos publicados.
Toda esta proliferación de artículos referido a un aspecto tan concreto como la apoptosis no ha servido para avanzar mucho más en el conocimiento de la patogenia aunque sí ha propiciado la aparición de una lista enorme de proteínas (casi todas con siglas y números) presuntamente implicadas en el desencadenamiento o inhibición del proceso de la apoptosis que, lejos de aclararlo, lo hacen cada vez más enrevesado. Al mismo tiempo los intereses de la industria farmacéutica han forzado la consecución de resultados que podían favorecer la comercialización de algunos productos que se suponían ventajosos para vencer la enfermedad. En otra entrada analizaremos lo que ha supuesto el ensayo clínico en la investigación médica y lo que ahora pretende tomar la alternativa, la medicina genómica personalizada. Si de lo que se trata es de curar pacientes, creo que es más ventajoso y rentable estudiar y analizar por qué se curan esos casos que calificamos de incurables, esto es, tratar de averiguar qué o quién ha curado a los incurables, que de ir tras medidas sospechosas de que lo que pretenden en primera instancia es hacer caja.
Resulta esclarecedor analizar los casos de pacientes desahuciados que se han presentado con el paso de los años vivos y coleando ante el médico que les dio por muertos. A veces, es verdad, se trató de errores diagnósticos y el paciente no padecía una enfermedad tumoral como se creyó. Pero otras veces sí, el diagnóstico era certero y el pronóstico, según los libros más ortodoxos y vanguardistas, infausto a corto plazo. Pero en paciente lo supera. ¿Qué ha hecho el paciente para curarse ya que el conocimiento médico podía tan poco? A la ciencia no le gusta recurrir al término milagro, porque evoca intervención sobrenatural que parece reñida con el positivismo a la vez que abofetea el orgulloso raciocinio humano. A mí, aunque me considero creyente, tampoco me sacia, porque concluir así y claudicar en el empeño por descubrir qué pasó anestesia la razón, el deseo de conocer. Voy haciendo acopio con el paso de los años de los casos clínicos de esta índole, pacientes que fueron desahuciados y recurrieron a diferentes conductas terapéuticas (medicinas alternativas, acupuntura, hidroterapia, homeopatía, dietas, meditación transcendental, etc.) y que obtuvieron resultados favorables e incluso sorprendentes. Al mismo tiempo mantengo la antena abierta para informarme de los sistemas que se anuncian curativos, sin ningún tipo de prejuicio, porque cuando lo que está en juego es la salud de mis pacientes lo que que importa son los resultados. Y la explicación racional de qué fue lo que le benefició vendrá -si llega- más tarde.
La publicación de este contenido ha sido autorizado expresamente por Dr Luis Benito de Benito.
Fuente: http://elmedicotraslaverdad.blogspot.com/